6ª etapa: Lago Titicaca

 Ocho días incomunicados por caminos en la región de Cuzco no nos dejaron enterarnos de que el famoso conflicto entre los campesinos y el gobierno estaba en uno de sus puntos álgidos: las carreteras de acceso estaban cortadas de forma indefinida a la ciudad de Puno e incluso el aeropuerto estaba bloqueado.  El conflicto viene de la oposición de los campesinos a las numerosas concesiones de tierras que el gobierno estaba cediendo a mineras extranjeras para explotar los minerales, pero a pesar de nuestro apoyo a la revuelta seguía siendo un problema para nuestro viaje.

Con mucha suerte encontramos un autobús destartalado que nos ofrecía llevarnos hasta la ciudad atravesando caminos de tierra por el desértico altiplano a 4.000 metros de altitud. Después de comer polvo (que ni se veía al conductor de la nube marrón que había dentro del bus), pasar un frío alucinante y resistir 15 horas sentados en ese cacharro… llegamos a Puno.

Dormimos en un hostalillo que tenía unas vistas alucinantes del amanecer sobre el Lago Titicaca. Éste era realmente nuestro destino, el famoso lago navegable más alto del mundo donde conviven tradiciones ancestrales, leyendas y lenguas propias.

Antes de salir el sol nos fuimos al puerto donde cogimos un barquito que nos llevó hasta las islas Uros donde las casas hechas de juncos descansan sobre islas flotantes de totoras y divagan por el inmenso lago.

Allí, las mujeres de la isla nos recibieron con una calurosa acogida, bastante adecuada para la horda de turistas que llegaba a visitarles. Nos mostraron sus casas, sus costumbres y su forma de solucionar conflictos. Cuando dentro de una misma isla hay una disputa grave, directamente sacan el serrucho, dividen la isla y se dejan llevar por la corriente. Es impresionante el hecho de que TODO en la isla estaba hecho de totoras: desde las embarcaciones, hasta las paredes, tejados, bancos, camas… El suelo lo renuevan continuamente echando juncos frescos sobre los que empiezan a secarse o a pudrirse.

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Las islas son bastante pequeñas y normalmente las tienen ancladas al fondo del lago. En ellas conviven entre una y seis familias, y los niños aprenden a nadar antes que a andar, para evitar accidentes. Durante el día el sol calienta mucho y algunos de ellos han puesto placas solares que es el único modo que tienen de acceder a la energía.

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En las islas más cercanas a la ciudad de Cuzco las comunidades viven básicamente del turismo, ofrecen turismo vivencial a los guiris que llegamos y realizan tejidos y artesanías con juncos. Otros viven tranquilamente en sus islas y los domingos se acercan hasta una pequeña población costera donde acuden a un mercado en el que practican el trueque.

Nos trasladamos hasta otra isla de totoras donde se suponía que vendría a buscarnos un barquito que nos llevara hasta las grandes islas del lago… Pasaron dos horas y nadie se hacía cargo de nosotros, menos mal que los isleños nos aseguraron que nos acogerían si en realidad se olvidaran de nosotros.

Al final llegaron y de allí nos fuimos hasta la isla de Amantaní.

Durante las 3 horas del trayecto nos contaron un poco de información sobre el lago Titicaca. Tiene una extensión igual a toda Costa Rica y el nombre deriva de puma gris (titi=puma, caca=piedra o gris). Tiene 170 kilómetros de largo y hasta 290 metros de profundidad. Se encuentra rodeado por la cordillera oriental y occidental con picos de hasta 6.000 metros de altura, y es nutrido por cinco grandes ríos aunque también cuenta con un desaguadero que finaliza en el Atlántico. Se dice que cuando vino Jacques Custoe encontró una ciudad sumergida en el fondo del lago.

Es en este mágico lago donde os contábamos que la leyenda dice que nacieron Manco Capac y Mama Ocllo, los primeros Incas hijos del Sol.

Llegamos hasta isla de Amantaní donde algunas mujeres nos esperaban para recogernos. Todas las mujeres de la isla llevan el traje típico que consiste en una falda negra y un largo panueño negro bordado con colores llamativos. Como en el resto del país, aquí los niños son transportados con unas mantas que sirven para todo.

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Cada familia de la comunidad hospeda a un par de turistas y se encargan de las comidas. Es un sistema rotatorio del que todas las familias se benefician y disfrutan. La comunidad funciona con el trabajo cooperativo de los miembros. Ellos mismos eligen a mano alzada a sus representantes y se encargan de organizar el trabajo: la construcción de caminos, la artesanía, el cultivo y el barbecho…

Amantaní tiene 2000 habitantes que se reparten en unas 12 comunidades. Es una isla pequeña sin electricidad aunque son muchos los que han puesto paneles solares en sus casas aunque éstos no los pueden utilizar durante la época de lluvias.

A nosotros nos hospedó Nelly, una mujer muy simpática aunque hablaba muy poco español ya que en esta isla sólo hablan quechua. Su casa es muy bonita, aunque sencilla, y estaba decorada con muchas flores. Tenían una cocina donde el desayuno y la cena la cocinan con fuego en el suelo, y el almuerzo en cambio lo hacían con una pequeña cocina de gas.

Después de un almuerzo típico, es decir, patatas, huevos y quinua, nos fuimos hasta a colina de Pachatata (el padre tierra) desde donde vimos un precioso atardecer sobre ese grandísimo falso mar.

La gente aquí vive de la agricultura ya que el turismo que llega es muy poco y no da para mucho. A casa llega un turista una vez al mes, y sólo se queda una noche. Apenas hay pesca aún siendo una isla ya que nos explicaron que cada vez hay menos peces en el lago debido a la pesca abusiva y a la contaminación de las mineras. No disponen una gran variedad de alimentos ya que a esa altura son pocas las plantas que pueden cultivar y tampoco llega mercancía de la ciudad así que una vez al mes se acercan a la misma para proveerse de verduras y frutas que es lo que más escasea.

En la isla hay tres escuelas pero sólo hay un instituto así que son muchos los que tienen que caminar dos horas cada día para ir a clase.

Al día siguiente nos trasladamos hasta la otra gran isla: Taquile.

Aquí hay un profundo sentido de identidad y a muchos no les gusta que lleguen los turistas con nuevas costumbres.  Los hombres visten trajes con fajas y chullos (gorros) de diferentes colores que indican su estado civil o su posición social en la comunidad. La faja interior está hecha con el cabello de su esposa y con lana. A su vez las mujeres llevan unas túnicas bordadas por sus esposos. Es una tradición realmente bonita.

La isla está repleta de terrazas preincaicas que cultivan de forma cooperativa rotando los cultivos y practicando el barbecho.

Los jóvenes se casan pronto, a los 16 o 17 años, aunque según nos explicaron antes conviven durante un período durante el que normalmente se convierten en padres y no les queda otra que casarse y estar juntos para toda la vida. No hay lugar para el divorcio en esta comunidad. Nadie puede separarse de su pareja.

Muchos de los niños que están por la plaza se han acostumbrado a los regalos de los turistas y rápidamente se acercaban para ver si teníamos algo para ellos o para que les diésemos una propina por hacerles una foto. Una pena ya que encima de alterar sus costumbres los turistas les traen casi todo caramelos y dulces a pesar de que a la entrada de la isla avisan de las consecuencias negativas de estos actos de buena voluntad. Aunque muchos otros niños están a lo suyo, jugando tranquilamente al fútbol o hilando la lana.

La experiencia del turismo vivencial fue muy buena y además es el único modo de que los pobladores saquen provecho ya que sino, llegarían los turistas un par de horas, les harían un par de fotos y se irían. Pero de este modo todos se benefician y también consiguen darle salida a su artesanía, a un precio justo, cabe señalar.

Después de terminar nuestro recorrido por el Lago Titicaca volvimos a Puno desde donde cogimos un autobús que nos llevó hasta Arequipa aprovechando un afortunado día que no hubo cortes en las carreteras. Arequipa y el Cañón del Colca repleto de cóndores serían nuestra próxima y última etapa.


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